lunes, 7 de mayo de 2012

El día que el destino se ensañó con dos colores

El destino parece haberse ensañado con una institución. Quizás Dios abandonó la diplomacia y la ortodoxia que lo caracterizaba y se puso una remera azul y amarilla, velando solo por el porvenir de ella.

Los rescatistas de este Titanic futbolístico.
No soy creyente ni mucho menos, siempre pensé que cada uno podía auto-sustentarse y determinarse a si mismo su propio porvenir. Pero, en épocas como estas, imagino manos invisibles posándose sobre ciertos colores manipulando su presente. 
A unos, para bien y a otros, para mal. 
Tengo una banda roja que me cae desde el hombro izquierdo hacia el sector derecho de mi pelvis. Estos últimos diez meses de visceral pasión me unieron, más aun, con el club de mis amores. En el casamiento se jura por amor, "estar juntos, en la salud como en la enfermedad". Vi a mi club, cual enfermo terminal, hace unos meses atrás, resumido a un títere al que tímida y fraudulentamente manejaban unos pocos,  succionándole su poca vitalidad en pos de la suya.

Mientras tanto, en la vereda de enfrente -la que dicen huele mal- tuve que divisar una pasarela de logros, victorias, sonrisas y festejos. Un tanto, por vernos a los millonarios habitando en un lugar que nos es totalmente ajeno -la segunda categoría- y, por otra parte, la algarabía azul y oro tenia mayores fundamentos, los numéricos, un equipo multicampeón invicto que practicaba un futbol que cualquier verdadero amante de este deporte detestaría. Poco lucido, defensivo, proteccionista pero en contrapartida muy efectivo para la obtención de los tres puntos. 

A este descargo lo pensé, ni bien la catástrofe sacudió al mundo del futbol, pero el shock fue tal que necesité de varios meses para serenarme. Hacía varios mundiales atrás que no derramaba lagrimas. Soy de esas personas que no estila llorar, no por “dármela” de macho de América, sino porque no me nace hacerlo. Pero, sin dudas, el futbol es lo único capaz de ablandarme el acero del cual está hecha mi alma. Y ese día, con el Estadio Monumental repleto de hinchas deseosos de utilizar sus voces, como dispositivo de flotación de nuestro equipo que se ahogaba por la presión, explote. Fue un partido muy “chivo”, con un Belgrano de Córdoba que nunca dudó, que no le temblaron las piernas al ver a la historia del futbol argentino vestido de blanco y rojo. Ya sabemos cómo terminó todo. En mi caso, en llanto de bronca, pero no en llorisqueo de hincha, sino en nombre de este deporte hermoso que perdía a uno de sus máximos exponentes de PRIMERA en PRIMERA, a nivel nacional.

Nada desde ese día fue igual, ni para el fanático de River, ni para el mundo del futbol argentino. Crearon una copa nueva, quisieron cambiar la manera en la que los equipos descendían y ascendían, y la “B Nacional” adquiría renombre, altura y respeto de su categoría máter.  Como dicen, “No hay revolución sin sangre”. Esta vez, a los hinchas de River nos tocó donar sangre en pos de que el fútbol argentino cambiase para siempre, demostramos que somos a prueba de balas, infartos, decepciones amorosas, etc. 

Por suerte, estamos muy cerca de lo que todo hincha del futbol quiere. Un River de vuelta en su hogar, “La A”. Ni nuestro archirrival nos quiere abajo. Nos quieren a la par de ellos para intentar ganarnos en su ley, como en su ley obtuvieron títulos mientras nosotros nos ausentamos. 

Ya no sucederá porque River volverá. ‘’Volveré y seré millones’’ dijo Evita una vez y así será. 





Veo esto y me emociono, porque se ve como la pasión se hace carne.
Nos vemos en dos meses. Doce meses después de la ultima vez que lloré.







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